LAS BRUJAS DE FUEGO

Miré hacia el oeste y vi una loma, en lo más alto estaba un solitario árbol posando y haciendo contraste con los últimos gritos de lo que quedaba del moribundo atardecer. No sé por qué, siempre me ha llamado la atención un árbol así, no tengo una razón tangible pero desde niño me gustan los árboles que asoman al horizonte, solitarios. Se me figura que guardan mucho misticismo y se callan los secretos… secretos de las últimas palabras de los ahorcados o secretos de bandidos escondiendo los tesoros, o tal vez callan el abrazo de los amantes prohibidos.

Decidí salirme del camino y llegar hasta el árbol para ver más allá del horizonte, para ver lo que el árbol acechaba tan paciente y ensimismado. Caminé por entre la hierba con mucha cautela de no irme a topar a mi famosa amiga (Mi Nahual, Víbora de Cascabel). Las hierbas a veces me hacían cosquillas y una que otra ramita firme y rebelde me espinaba, pero así avancé y llegué al árbol, que me había llamado porque realmente escondía algo de verdadera importancia.

A lo lejos se veía el valle de nueva cuenta, también llegué a ver parte del Cañón y del río, pero eso no era lo nuevo. Hacia el oeste, más lejos que el río y el Cañón, pude mirar unas luces, parecían de un pueblo. Me dio mucho gusto porque al fin se veía una luz de esperanza y aunque las luces se miraban lejos, ya estaban alcanzables. Sabía que no me podía equivocar aunque sé que de noche las distancias se hacen cortas y los terrenos parecen accesibles; no me desanimé y eso me dio una esperanza. Me quedé satisfecho de por fin llegar a ver nuestra meta, de ver el brillo de nuestra próxima victoria.

El pueblito, a pesar de la oscuridad que lo rodeaba y la tormenta que lo acechaba, se veía tranquilo, apacible. Me quedé mirando por un rato y el viento me acarició; el árbol que me acompañaba se estremeció, los grillos y el croar de alguna rana hicieron presencia junto con la luz de las luciérnagas que aparecían y desaparecían, lentamente. También se me figuró escuchar el aullido de algún coyote y eso me hizo recordar a los demás, les tenía que avisar lo que estaba viendo. Sabía que se pondrían contentos, igual que yo, así que les grité algunos, quería que vieran que tal vez su camino nos llevaría hacia donde queríamos. Les grité fuerte ya que me encontraba algo alejado del rancho.

Todo quedó en silencio de nuevo, sólo el viento se escuchaba juguetear entre los árboles de alrededor. Esperé un rato y volví a gritarles, parecía que todo quedaría en silencio una vez más cuando a lo lejos comencé a escuchar voces: habían escuchado mi llamado y ya venían; al voltear miré que corrían hacia acá por el camino, apresurados. Se me vino a la mente que había gritado demasiado fuerte y repentino y que habían pensado otra cosa; pensé que sólo unos vendrian pero detrás de ellos venían todos los demás.

Al llegar el primero Me preguntó qué era lo que pasaba, si estaba bien. Comprendí que venían preocupados y apresurados por mí, les dije que todo estaba bien, que tal vez habían mal interpretado mis gritos. Poco después llegaron los demás.

Una vez todos juntos me preguntaron qué era lo que pasaba y yo les dije que nada. Contestaron que se habían asustado porque había gritado como desesperado y que habían salido a buscarme, pensando que me había pasado algo; ahí me di cuenta de que ellos habían oído mal, oyeron “ayuda” y un “corre”. Todos nos soltamos riendo, Danira me preguntó:

“¿Para qué nos llamó?, ¿para que viéramos las lucecitas?”.

Era exactamente lo que les quería mostrar y me di cuenta que no me equivocaba al haberme emocionado y quererles enseñar; ellos también miraban aquellas luces con un mismo sentimiento y satisfacción.

En lo que todos hablaban y daban su opinión yo bajé la mirada y miré las hierbas moverse; se veían agitadas, como si quisieran arrancarse las raíces y escapar. La verdad dejé de escuchar a mis compañeros y concentrado me quedé en silencio cuando de pronto un viento helado me estremeció. Levanté la mirada y vi hacia las luces, llegué a sentir una extraña e inquietante opresión. El viento comenzó a pegar más fuerte y me aullaba en los oídos. La gente seguía platicando sin poner atención, pero a lo lejos las luces que pensábamos eran del pueblo, comenzaron a moverse y poco después también comenzaron a aparecer y desaparecer. Pensé que tal vez estábamos equivocados y lo que veíamos no era lo que habíamos pensado, lo pude sentir, lo pude imaginar, les dije a todos que algunas luces se estaban moviendo y que otras más comenzaban a aparecer y desaparecer y la gente también lo comenzó a ver. Yo no me quise precipitar a nada, pensé que las luces que se movían tal vez eran carros y que aparecían y desaparecían porque hacia el rumbo parecía que estaba lloviendo y muchas veces el telón de la tormenta esconde las luces.

La gente comenzó a inquietarse, curiosos y extrañados veíamos que eso sucedía. A lo lejos llegué a ver las luces de los carros de la carretera que va a Cuauhtémoc y eran muy diferentes en sus movimientos: las de la carretera se movían curvilíneas y se veía que seguían un camino, pero éstas no eran así, más que luces de alumbrado parecían antorchas encendidas. Al principio tampoco parpadeaban pero comenzaron a hacerlo como si fueran fuegos. Yo a la fuerza quería sacarle la explicación científica, pero después todas las luces comenzaron a moverse y unas parecían irse acercando, ya que se alinearon como si fueran bajando alguna loma o cerro en fila india.

La gente comenzó a sorprenderse aún más, sólo dos estaban un tanto indiferentes, pero los demás intentaban como yo ocultar el asombro dando una explicación. La verdad sentía algo extraño, parecía que las luces venían hacia nosotros y que cada vez se acercaban más. De pronto algo raro pasó, una de las luces nos deslumbró como si el fuego o la luz apuntaran exactamente hacia donde estábamos todos nosotros, o como si supieran que estábamos ahí. Eso ya era imposible y lo dije:

“¿Saben qué? Esas no son luces de algún pueblo. ¿Qué alumbrado público puede deslumbrarnos y apuntar hacia nosotros? Esas luces parecen ser… brujas”.

Unos sintieron lo mismo que yo, algunos no se dejaron sugestionar, aunque sí se veían inquietos y sorprendidos. Comenzamos a comentar que al parecer venían hacia nosotros y que otras aparecían y desaparecían misteriosamente; fue ahí cuando se sintió un miedo a lo desconocido que yo hacía años no sentía, y que aunque me sacara de onda me gusta sentir. Tenía mucho que no veía algo extraño y más gusto me dio saber que los pueblos y la zona no cambian ya que por ahí se comenta que existen muchas brujas y en varios ranchos y pueblos se habla de bolas de fuego en los cerros que son las almas de las hechiceras merodeando; también había oído que los fuegos te persiguen y que al tratar de escapar, las brujas te arañan y te golpean hasta dejarte inconsciente en algún lugar de la sierra y si bien te va, alguien te encuentra para ayudarte.

Existen otras historias como las de las Tzitzimine del sur, que son brujas que les chupan las almas a los niños sin bautizo; pero el miedo a lo desconocido comenzó a invadirme y pensé en mi gente, les dije que estuviéramos atentos y que en caso de emboscada o que esas luces –fueran lo que fueran– se acercaran demasiado, corriéramos a pedir ayuda al rancho de Sierra Alta donde habíamos estado tomando café. También les dije que nadie se separara o se alejara porque yo ya estaba seguro de que eran brujas.

Les dije a todos que nos retiráramos y que volviéramos a nuestro refugio, el aire comenzaba a helar cada vez más y los relámpagos y truenos se aproximaban, al igual que las misteriosas luces.

Danira dijo que nos retiráramos sin dar la espalda y me pareció buenísima idea, al enemigo, por más lejano o inofensivo que parezca, jamás se le debe dar la espalda. Comenzamos a sugestionarnos y eso es una experiencia inolvidable, así que había que aprovechar; todos comenzamos a caminar hacia atrás. Después de un rato nos dimos la vuelta y nos fuimos al rancho, yo me quedé extrañado y con mucha curiosidad. Algunos los sentí un tanto nerviosos y sacados de onda. Cada quien en su posición o su percepción adoptó una postura.

Pienso que exactamente esa característica que nace en esos momentos es la que determina algo extraordinario o antinatural, el no poder tener la respuesta correcta o la verdad absoluta; esos momentos hacen que tu sentir se convierta en ideas y esas ideas a la vez terminan convirtiéndose en emociones o sentimientos que te hacen escoger verdades personales, así que brujas o no, la magia y el misterio nos invadieron porque al igual que nosotros, podemos decir que son brujas y nadie pueda comprobar que lo sean; otros pueden decir que eran luces de algún pueblo o carros u otra cosa, pero tampoco pueden comprobarlo, es ahí donde se crea el misterio que trasciende, lo que siente cada quien en su interior… la magia es la reacción personal a algo inexplicable o totalmente desconocido y bruja o no, logré descubrir que mi capacidad de asombro aún estaba vigente.

Yo estoy seguro de que eran brujas aunque algunos piensan que no. La mayoría respaldará que las luces eran sobrenaturales, sobre todo los viejos o la gente de pueblo o rancho. Sé perfectamente que platicando esas características que vimos todo el mundo nos confirmará lo antinatural y me gusta porque alguna vez escribí en mi diario de historias, en el campamento “Latino For Ever” de 1996, al respecto del Pueblo de San Andrés lo siguiente:

“Pasamos la famosa Santa Isabel y viramos para internarnos en San Andrés. Insisto en que este pueblo derrama leyendas por sí solo. Cuando llegamos, el viento barría las hojas muertas y hacía cantar tenuemente las campanas de la torre de la iglesia. A lo lejos se oía un gato quejarse y a nuestro paso se cerraban los postigos. Los árboles aullaban con ecos de revolucionarios encendidos y en las ventanas de las casas abandonadas revoloteaban las cortinas desgarradas dejando ver a duras penas las siluetas de viejas brujas acechando.

Pasar por ese pueblo es toda una aventura aunque dura sólo unos minutos. Sin detenernos seguimos nuestro camino, los campos con arroyos y cercos de piedra nos daban la bienvenida, el sol seguía sonriendo pero allá en el horizonte, justo en la dirección a la que nos dirigíamos, las nubes se cerraban provocadoras y los relámpagos se encendían como luces de advertencia. Sin embargo eso no nos detendría”.

 Y ese tipo de experiencias como la que vivimos son las que hacen nacer las leyendas que se cuentan por generaciones, comenzando por los viejos y terminando en los niños despavoridos.

MEMORIAS DE UNA TIERRA BRAVA. TRAVESÍA REVOLUTION 2008

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